Es el 14 de Nisan del 3793 A.M.anno mundi y el Diablo, Señor de las Tinieblas, saborea por adelantado su victoria; Jesús agoniza en la cruz. El demonio se queda un poco apartado, le gusta pasar desapercibido. Con todo, no se ha perdido ni media escena de todos aquellos acontecimientos.
Está a punto de demostrarle a Dios quien es realmente el más grande, siente que su victoria va a ser definitiva y va a convertir el mundo en el reino del mal, un lugar donde el amor y la esperanza habrán dejado de existir. él, Satanás va a triunfar
De nada le ha servido a Yahvé enviar a su hijo, ya que hasta los que más cerca habían estado de Jesús, han acabado dándole la espalda, cuando no traicionándolo. “La traición de Judás ha sido mi obra maestra – se dice a sí mismo – y el pueblo que él pretendía salvar hasta le ha preferido Barabbás. ¡Menudo perdedor eres ‘Señor de los ejércitos’! Tus ejércitos duermen o simplemente no pueden contra el sublime Satanás”. El diablo lleva desde el principio de los tiempos maquinando en contra de Dios y del ser humano, elaborando unos planes realmente diabólicos para quedar como dueño absoluto de la creación. Sin embargo, Dios siempre ha sabido ganarle la batalla. Y, cuando el Señor vio que el gran enemigo había logrado que el ser humano se alejara de Yahvé, había decidido enviar a su hijo.
“Ha sido muy larga y dura mi lucha contra el Señor – se dice a sí mismo Satanás, -con una sonrisa de victoria en su rostro- pero, el momento de mi victoria ha llegado. Por fin ha llegado. Cuando Jesús muera, Dios maldecirá al ser humano, para siempre”. Su mirada mira fijamente la cara del hijo de Dios agonizando en la cruz. Esa sonrisa triunfante se convierte de repente en una expresión desesperada. “Padre, perdónalos ya que saben lo que hacen” son las últimas palabras de Cristo. El demonio, al escucharlo, emite un grito sobrehumano, un grito que sacude la tierra como un terrible terremoto. Contempla desesperado su derrota definitiva. Ya sabe que nunca podrá vencer al amor infinito de Dios para con el hombre. Un amor que Satanás no logra entender. No puede entender como uno pueda querer a ese ser egoísta mezquino y cruel, no lo puede entender.
Es que el diablo no sabe de amor. Sabe mucho de odio, rencor y venganza, pero de amor no entiende. Si entendiera, sabría que Dios hasta podría perdonarle a él, si se arrepintiera. Pero, su orgullo desmesurado le impide arrepentirse. ¡Qué pena!