Hace frío. La niebla vela las calles del casco antiguo de Verona. El pequeño Carlo va de la mano de su padre. El frío en esta época del año es siempre muy intenso en la ciudad de Julieta.
Pero él no tiene frío; un buen abrigo, un gorro de lana, una buena bufanda y unos guantes de piel lo protegen de las inclemencias del clima. A protegerlo de todo lo demás se encarga su papi. Porque así es como se siente, protegido, seguro, arropado. Su papá es el más fuerte de todos, además hace que Carlo se sienta realmente especial. Cerca de un padre así es imposible tener miedo. Padre e hijo transitan por la Plaza de las Hierbas, la plaza más antigua de Verona. Está rodeada por hermosos edificios medievales y es uno de los lugares favoritos por los numerosos turistas que visitan la ciudad, pero para Carlo es tan sólo el lugar donde su mamá compra la fruta y la verdura.
“Mira Carlo – le dice su papi— un puesto de castañas. Están buenísimas y calientan las manos”.
Los dos cucuruchos de castañas que ellos compran están muy calientes, casi queman. El pequeño se siente muy feliz.
Con la ayuda del padre, las va pelando y las come despacio, para saborearlas. Les parecen de lo más exquisito que ha probado, y se las ha comprado su papá…
Cuando Carlo introduce en su boca la última castaña, lo hace a cámara lenta. Cuando hinca el diente en ella su padre ha desaparecido, también ha desaparecido la Plaza de las Hierbas.
El puesto de castañas sigue delante de él, en la Alameda Principal de Málaga. Con casi 64 años, Carlo ya ha aprendido lo que son las responsabilidades de la vida e intenta proteger a las personas que quiere y a las que él ve indefensas.
Mira al cucurucho vacío que aún tiene en sus manos y al hombre de las castañas. Quisiera abrazarlo y darle las gracias. “Mejor no lo haga, o se va a creer que estoy loco”
Feliz Carlo se dirige, despacio, hacia la estación de Cercanías.
En la Alameda Principal hay un hombre que por 2 € te vende 10 castañas, 10 castañas y un viaje en el tiempo. Un viaje a tu infancia, a esa etapa mágica de tu vida donde nada podía dañarte.
Nada puede dañarte cuando tu papi te coge de la mano. Nada.
Bello relato, como todos los que nos regalas.
Gracias Reyes