En buena compañía

En buena compañía 

Relato de Carlo De Amicis 

Cae un aguacero muy considerable sobre el cementerio monumental de Verona. Las tormentas de verano siempre han sido muy estruendosas en esta hermosa ciudad del Veneto, pero hace tiempo, ya que los truenos dejaron de asustar a Carlo.

 

Colonnato del cimitero

Él, sentado en un escalón de la puerta trasera del camposanto, escucha el sonido del agua cayendo. Observa los rayos atravesando las nubes y, a continuación espera oír los truenos. Puede mirar ese hermoso y salvaje espectáculo tranquilamente, resguardado en ese bonito soportal adornado por columnas dóricas.

Siempre que escucha los truenos, se acuerda de su abuela Anna e imagina tenerla a su lado, rezándole a Santa Bárbara.

Ve a una mujer entrar por la puerta. Ella se frota el pelo, se mira alrededor y se sienta en la escalera justo enfrente de la de él, esperando que deje de llover. Porque siempre deja de llover.

Al percatarse que Carlo la mira, le dirige una sonrisa. Él se la devuelve.

La sonrisa de esa mujer, su rostro, su mirada transmiten a Carlo una sensación de ternura y fortaleza. Se siente bien mirándola.

«En este día lluvioso, tú y yo somos los únicos vivos en este lugar – dice él — los únicos»

«No dirías eso si pudieras ver a todas las personas que viven aquí, – contesta ella — viven de una forma distinta, pero viven. Esa vida es más vida que la vida que tú conoces. Una vida más completa.»

«¿Piensas eso?»

«No lo pienso, lo sé, lo sé con total certeza»

«Ojalá tuviera yo también esa certeza»

 

Cementerio monumental de Verona

«¿Qué hace aquí hoy? – pregunta ella, después de un breve silencio— ¿qué has venido a hacer si aquí realmente no vive nadie, como tú afirmas?»

«Hoy tengo que estar aquí, a despedir mis padres y mis ancestros. Algo me lo pide, lo siento claramente. Por eso vine, caminando con paso decidido. Crucé la puerta principal de este camposanto en este día de septiembre. La crucé mientras unas nubes negras cubrían el cielo.

Al entrar, la elegancia de ese lugar me dio una sensación de paz.»

«Así que viniste porque algo te lo pedía y sentiste paz….»

«Así es. ¿Sabes? Después de entrar caminé por la elegante columnata ubicada a lo largo del perímetro del cementerio y observaba las numerosas tumbas familiares que se encuentran en esa zona. En realidad, para llegar a la tumba de los Sparavieri hubiera podido, una vez entrado por la puerta principal, haber tomado el pasillo central. Sí, ese pasillo – añade Carlo indicándolo con el dedo—, ya que el panteón familiar está situado en la columnada que se ve ahí al fondo, justo en el centro. Pero, quise recorrer el perímetro para llegar más lentamente y vivir con mayor intensidad el torbellino de emociones que se desataba en mi mente y …»

De repente, unas lágrimas caen en sus mejillas. Su rostro expresa una tristeza muy profunda.

«Llora, no te avergüence de ello – le dice ella, poniendo su mano derecha en el hombro de él – Llora, sé que necesitas llorar, tu corazón lo necesita»

Él rompe a llorar desconsoladamente, un llanto descorazonador.

Ella lo mira con ternura y le apapacha, un largo y cálido abrazo que apacigua su dolor.

«Gracias – dice Carlo, secándose las lágrimas con el dorso de la mano – gracias de corazón. No sabes lo que daría para poder abrazar a mi madre y mi padre».

«¿Sabes? —sigue él— Yo era poco más que un niño, un chavalillo de apenas 13 años cuando un infarto se llevó mi papi en pocos minutos. Si hubiera dejado de fumar cuando le diagnosticaron isquemia… si hubiera dejado de fumar, tal vez habría podido disfrutar del mejor padre del mundo unos años más»

Tumba de la familia Sparavieri

«Sería duro por ti….»

«Lo fue, fue duro para mí, para mi madre, para mi hermano … pero salimos adelante y aquello nos hizo más fuertes…»

La lluvia sigue cayendo con fuerza, pero ya no se escuchan truenos. Carlo mira el cielo, luego mira a la mujer. Por un instante se siente en paz con la vida, arropado. Le pone un brazo en el hombro.

«Ven conmigo, acompáñame, por favor, quiero enseñarte algo»

«Vamos – contesta ella— te acompaño con placer»

Juntos suben la escalera y sobrepasan un arco.

«Hemos llegado – dice él indicando un monumento en mármol— aquí descansan mis padres, mi abuela, mis tíos y muchos ancestros míos»

Se hace la señal de la cruz

 

«Como habrás observado, — sigue él— no hay flores en la tumba y antes, cuando llegué, estaba llena de telarañas. Sentí pena y, con una escoba que vi, la limpié como pude. Claro que para que se quede bien se necesita algún producto para lavar bien el mármol. La próxima vez me equiparé adecuadamente y traeré algunas flores, ellos se lo merecen. Le debo la vida, una vida realmente maravillosa».

«La vida es hermosa —afirma ella — y cuando termina nos espera otra vida, más bella aún.:

«Ojalá tengas razón, ojalá. Caminando por este cementerio pensé en todas las personas que han sido enterradas aquí, en estas tumbas y en los infinitos nichos que hay en los subterráneos. Porque tienes que saber que después de limpiar esta tumba bajé al subterráneo, un auténtico laberinto, con un sinfín de nichos. Muchos de ellos son muy antiguo. Personas que se fueron, mujeres, hombres, niños.»

«¿Qué queda de sus sueños, de sus risas, de sus lágrimas? ¿Qué queda de sus ilusiones, de su esfuerzo, de sus sacrificios? Un nombre y dos fechas en una lápida»

«Queda mucho más cachorrito mío, muchísimo más, te lo aseguro».

Cachorrito mío. Así le decía su madre cuando era pequeño.

Carlo la mira asombrado, mira su rostro tan dulce y se siente feliz.

De repente, a la derecha de ella aparece un hombre que la coge de la mano

«Sin duda te ha visitado la reina Mab, nodriza de las hadas. — recita el hombre abrazándolos con fuerza – Es tan pequeña como el ágata que brilla en el anillo de un regidor. Su carroza va arrastrada por caballos leves como átomos, y sus radios son patas de tarántula, las correas son de gusano de seda, los frenos de rayos de luna; huesos de grillo e hilo de araña forman el látigo; y un mosquito de oscura librea, dos veces más pequeño que el insecto que la aguja sutil extrae del dedo de ociosa dama, guía el espléndido equipaje»

«El monólogo de la Reina Mab – exclama Carlo – recuerdo muy bien cuando lo recitabas para mí, papá. Entonces no entendía a Shakespeare, pero me gustaba ese monólogo de Mercucio. ¿Sabes? Cada vez que lo recuerdo me haces sonreír, y sonrío. Gracias papá, gracias mamá»

Los tres se abrazan, se abrazan con ternura.

Luego, el hombre y la mujer se cogen de la mano y caminan hacia el cielo. Carlo sonríe mirándolos. Mientras los mira alejarse escucha una música

«When I find myself in times of trouble, Mother Mary comes to me

Speaking words of wisdom, let it be

And in my hour of darkness she is standing right in front of me

Speaking words of wisdom, let it be»

‘’Let it be‘’, la canción de los Beatles que le despierta todas las mañanas, lo despierta hoy con una sonrisa. Se trata de una canción inspirada en un sueño que tuvo Paul McCartney en el que su madre, la cual había fallecido años antes, se le apareció diciéndole «todo estará bien».

En recuerdo de

«Fluye con la vida, Carlo – se dice a sí mismo al levantarse— no tengas miedo que hay vida después de la muerte, y antes también.»

Prepara su café y su tostada que saborea lentamente antes de meterse en la ducha.

Se siente muy bien, siente que todo está donde tiene que estar. Además, después de trabajar, cogerá el AVE para ir a una fiesta de Halloween con sus amistades madrileñas.

Mientras el agua caliente corre por su piel masajeándola, piensa en el sueño que ha tenido y se pone a cantar

«Pienso que un sueño parecido no volverá más Yo me pintaba las manos y la cara de azul Y de improviso el viento rápido me llevó Y me hizo volar en el cielo infinito»

2 thoughts on “En buena compañía

  1. Que precioso texto,dulce,tierno,siempre mientras se recuerdan a las personas,nunca mueren dentro de nosotros,me emocionó Carlo precioso!!!❤❤❤
    Se feliz y nunca dejes de cantar😘

    1. Gracias Gracias y gracias

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