Amarcord, es una de la muchas obras maestras que Federico Fellini ha regalado a la historia del cinema mundial. En mi niñez, acompañado por mi abuela Anna y mi tía Elsa, mi hermano y yo íbamos al cine casi todos los domingos. Recuerdo haber visto un montón de películas del oeste, de romanos y por lo general de aventura. Ese mundo mágico me fascinaba y nunca perdí el gusto de disfrutar de una buena película. Sin duda, con el paso del tiempo me hice más exigente y empecé a valorar sobre todo película que me trasmitíeran algún mensaje significativo sobre la vida, el ser humano, la sociedad y que a la vez cumplieran con requisitos estéticos.
Cuando salió Amarcord, tenía yo 13 años y aun no entendía ese tipo de película. Menos aun entedía su título: no entendía esa palabra tan rara: Amarcord. Era normal que así fuera, puesto que se trataba de un neologismo acuñado por propio Fellini: Amarcord procede de la contracción de “A m’acord”, que es la forma en que se dice “yo me acuerdo» en el dialecto de la región de Emilia‑Romagna (muy diferente al dialecto de Verona, en mi querido Veneto).
En estos días de confinamiento, son muchos los recuerdos que afloran a mi mente, y hay uno en especial que me habla de este maldito virus, de cuyo nombre no quiero acordarme. «A m’arcord» que jugaba con otros niños en el parque cerca de mi casa al juego del Hombre Negro (nada que ver con temas raciales, dado que aún no habían llegado los primero inmigrantes a Italia).
Tengo entendido que este mismo juego existe también en España. Se juega en grupo: uno de los niños es el «hombre negro» y se sitúa en un extremo del patio, y los demás niños en el otro extremo.
El Hombre Negro grita: ¿Le tenéis miedo al hombre negro? los demás responden: “NOOOOOOO”, el hombre negro añade entonces: ¿quereis que venga?» y todos los niños contestan : «SÍIIIIIIIIII». A continuación el hombre negro corre hacia adelante (nunca puede retroceder) intentado tocar al mayor numero posible de niños, mientras que estos corren hacia el al otro lado e intentan no ser ser tocados.
Si el hombre negro consigue tocar a un niño, este se convierte en otro hombre negro. El ritual se repite, esta vez como es obvio, corriendo en el sentido contrario. Esto sigue hasta que sólo quede un niño. El superviviente es el ganador y en la siguiente jugada se convertirá en hombre negro. A m’arcord que al principio al hombre negro le costaba cazar al primer niño, pero, en cuanto cazaba el primero, ya había dos hombres negros y entre dos cazaban con mayor facilidad algún niño más, hasta que escapar a tantos hombre negros resultaba prácticamente imposible.
Afortunadamente tengo buena memoria, y es por este motivo que cuando esta mañana vi ese bicho con corona (de cuyo nombre, como dije antes no quiero acordarme, y no quiero acordarme por la sencilla razón que que no me a la gana) pasear cerca de mi casa gritando: «¿le tienes miedo al virus negro?» le contesté «claro que sí, porque quiero a mi gente«.
Él me insistió, estupefacto, diciendo «¿quieres que venga?»
«No, señor, yo me quedo en casa»
«¿Quedarte en casa? vaya soso – me dijo – te vas aburrir como un ostra.
«No te creas – le contesté a ese ‘pesao’ – tengo un plan genial: pienso ver alguna buena película, posiblemente Amarcord, una película que recomiendo también a todos mis amigos»
«Jo – dijo el impresentable alejándose – el séptimo arte acabará conmigo»
«Sayonara baby – le dije sentándome en mi sofá y apuntandole con mi mando a distancia – sayonara» Salió corriendo, el muy cobarde.
Ahora pienso disfrutar de una buena película, y las ocho de la tarde tengo una cita, una cita con España y con la vida.
Te mando un gran abrazo, y te espero a las ocho.
Carlo
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