«El mañana y el mañana y el mañana avanzan a pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable; y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte… !Extínguete, extínguete, fugaz antorcha!…!La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más…; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa! …» (William Shakespeare «Macbeth» Acto V, Escena V)
El tiempo es el bien más valioso y, como escribió Shakespeare, «la vida no es más que una sombra que pasa».
Nacemos con fecha de caducidad, con un número muy limitado de días por vivir, y el tiempo nunca para: sigue su curso tic tac tic tac tic tac antes de que baje el sipario, nuestro corazón deje de latir y las luces se apaguen.
El tiempo va
No queremos escuchar el tic tac del tiempo, pero inexorablemente huye.
Cada día que pasa es un día menos que nos separa de la muerte.
«Joder, que tétrico te pones Carlo, es un discurso este que me raya» pensará más de uno. Sin embargo reivindico la necesidad de hablar de ello, de ser conscientes de la fugacidad de nuestra existencia.
Nuestro tiempo es nuestro gran tesoro, el más valioso de todos los tesoros. Ser cosciente de ello nos responsabiliza para aprovecharlo y disfrutarlo, dedicandolo a lo que realmente importa.
En el ámbito de las empresas se destinan recursos para formar los trabajadores, en modo especial los directivos, en luchar contra los ladrones del tiempo.