«No importa a dónde vayas: ahí estás tú» (Confucio)
Cuando nacimos, seguro que nuestros padres se alegraron mucho, sobre todo si nos desearon previamente. Entramos a hacer parte de su proyecto de vida. Además la sociedad nos incluyó en su proyecto de tener ciudadanos, trabajadores, contribuyentes, estudiantes etc.
Tuvimos maestros, monitores, catequistas, familiares que nos fueron enseñando cómo hay que vivir, a panificar nuestras vidas, a elaborar un proyecto vital exitoso. Lo aprendimos, lo aprendimos muy bien y empezamos a planificar nuestras vidas, a no dejar las cosas al azar, puesto que sólo planificando seriamos felices. Así nuestro tiempo pasaba, y seguro que hemos conseguido pequeños grandes logros para alcanzar aquella meta que nos permitiera ser felices: una carrera, un trabajo, una familia, un lugar en la sociedad. «Estoy logrando muchas cosas, un poco más y por fin seré feliz, totalmente feliz».
Además nos habían enseñado que para tener éxito y ser felices tendríamos que demostrar con creces nuestra valía, sin olvidar que “la mujer del César no solo debe ser honrada; sino también parecerlo»: nos enseñaron a ser personajes más que persona, a cuidar nuestra imagen, nuestras apariencias porque así – decían- funciona el mundo. Podemos así comprender por qué en las redes sociales empezamos a compartir imágenes bonitas, de viajes, de fiestas, de alegría de éxitos . Abundan los pensamientos optimistas y políticamente correctos: de no ser así nuestro personaje sufriría. Para salvar el personaje, matamos la personas, dejamos de ser. Atrapados por el personaje y nuestros proyectos, perdimos la conexión con la parte más profunda y a autentica de nosotros.
Ese alegría fingida, ese éxito aparente disfrazaban un vacío interior, una insatisfacción aparentemente incompresible. Si embargo existe una forma de recuperar esa alegría auténtica que perdimos con la inocencia de nuestra niñez: por un lado se trata de empezar «ser», ser lo que somos, ni nada más ni nada menos, dejar de un lado pesadas armaduras y ridículas máscaras ,para sacar a la luz ese ser maravilloso que está escondido en lo más hondo de nuestro corazón, liberar de inútiles cadenas nuestro niño interior. Por otro lado, se trata de empezar a vivir en el tiempo presente de forma consciente, planificando lo justo y fluyendo en la vida, con sus alegrías y sus tristezas, aceptando las primeras como las segundas.
Si recuperamos nuestra autenticidad matando, como ocurre en muchas series televisivas, ese personaje que llevamos demasiado tiempo representando, volveremos a descubrir el sabor genuino de la vida, disfrutando del camino. Merece la pena ¿Te atreves?
Carlo De Amicis
644 36 34 64
Me atrevo. Necesito ser yo. Cada día me doy más cuenta, de lo cierto que es, como bien dices, que soy menos yo y más lo que se espera que sea.
Gracias por esta reflexión.
Gracias y enhorabuena Rosina
Hemos representado tantos personajes que pensamos que somos eso¡
Así es Rocío. Cuídate mucho.
Besos
Carlo